📘 Disfruta el primer capítulo de Bolivita


Bolivita

Una historia de locura y libertad

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Hasta que alcancen las lechugas

Una historia de lucha y soledad

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Valió la pena

Una historia esperanza y transformación

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Gustavo Yepes Pereira


DEDICATORIA

A nuestros mártires.

A todos los que han perdido su tierra, su familia o su libertad.

A quienes siguen luchando desde adentro y desde afuera, manteniendo viva la esperanza de un futuro mejor.

 

INTRODUCCIÓN

«Bolivita» es una historia ficticia que, sin embargo, se siente dolorosamente real para quienes hemos vivido la tragedia de Venezuela en carne propia. Aunque todo lo narrado aquí nace de la imaginación, la realidad de nuestro país ha superado cualquier ficción. Mi intención es que este relato sea un espejo de la locura, el coraje y la esperanza, una combinación que define no solo a los personajes de estas páginas, sino a cada venezolano que, como yo, ha tenido que enfrentar el exilio, la pérdida y el deseo inquebrantable de libertad.

Hace seis años, me convertí en uno de los millones de migrantes que dejaron su tierra natal por temor a perderlo todo, incluso la vida, en manos de un régimen que ha secuestrado a un país entero. Hoy, al mirar hacia atrás, veo un camino lleno de incertidumbres, pero también de fuerza y esperanza, necesarias para imaginar un futuro distinto. En «Bolivita», he querido capturar ese espíritu: el de quienes luchan, aún en la locura, por mantener encendida la llama de la libertad.

Muchas de las frases pronunciadas por el protagonista de «Bolivita» están inspiradas en el pensamiento del Libertador, cuyo legado histórico es, a su vez, una fuente de inspiración y conflicto. Así como Bolívar luchó por la emancipación, los personajes de estas historias luchan por su propia liberación, enfrentándose a un sistema que ha tergiversado el ideal de justicia.

Junto a «Bolivita», este libro incluye otros relatos que complementan, desde distintos ángulos, los temas de resistencia, dignidad y transformación. «Hasta que alcancen las lechugas» nos transporta a la cotidianidad de una Caracas marcada por la incertidumbre, donde la protagonista, Carmen, se enfrenta con ingenio y valentía a las pequeñas y grandes batallas de la vida. Si en «Bolivita» encontramos la locura y el idealismo como herramientas de resistencia, en este relato hallamos la dignidad en los gestos más simples: cuidar de uno mismo, preservar la esperanza y mantener la fe en un futuro mejor.

El libro culmina con «Valió la pena», un relato que nos invita a reflexionar sobre los procesos de cambio y sanación. Diez años después de un momento de transformación histórica, este relato muestra cómo las vidas de personajes anónimos se entrelazan en un acto colectivo de renacimiento. Con sus matices de unidad, introspección y esperanza, esta historia es un recordatorio de que, incluso tras el caos, siempre es posible reconstruir, encontrando nuevas formas de avanzar juntos hacia un futuro compartido.

A primera vista, estas historias parecen diferentes: una se adentra en un terreno metafórico y casi surrealista, otra está profundamente anclada en la realidad, y la tercera teje un puente entre lo vivido y lo que está por venir. Sin embargo, todas comparten un hilo conductor: el deseo de libertad y la búsqueda de sentido en medio de la adversidad. Tanto el coraje desbordado de Bolivita, como la meticulosa lucha de Carmen y la esperanza transformadora de quienes reflexionan en «Valió la pena», reflejan el espíritu de quienes resisten al caos con lo único que tienen: su humanidad.

Soy un optimista a toda prueba. A pesar de tener los pies firmemente plantados en la tierra, no pierdo la esperanza de que el drama venezolano encuentre pronto un desenlace justo. El día en que nuestra patria recupere su libertad, los testimonios reales harán que estas historias parezcan apenas un susurro al lado del rugido de un pueblo que nunca se rindió.

Este libro es un reflejo de nuestra lucha y un recordatorio de que, aun en los momentos más oscuros, siempre hay un resquicio de luz que nos impulsa a seguir adelante. Espero que estas historias, con sus diferencias y sus puntos de conexión, ofrezcan al lector una perspectiva de la fuerza inquebrantable de quienes se niegan a perder la esperanza, aun en medio de la más cruda adversidad.

BOLIVITA

Una historia de locura y libertad

LA LLEGADA DE BOLIVITA

LA TARDE CARAQUEÑA LANGUIDECE, bañando con un tono ámbar las laderas del Ávila. Las sombras se alargan como presagios mientras la ciudad se recoge en su caos habitual. Los comerciantes bajan las «santamarías» con un estruendo que resuena como el cierre de cada jornada; para algunos, un rito de supervivencia.

En La Pastora, los niños corren por el descampado. Sus risas se alzan en coro hasta que un murmullo expectante se extiende por el aire. ¡Bolivita ha llegado!

No hay un horario definido para su aparición, pero todos los días, al menos una vez, su figura emerge en las calles. Camina con paso decidido, a pesar de su leve encorvamiento, como si llevara sobre sus hombros una carga que solo él comprende. Su barba espesa y su piel curtida contrastan con el brillo febril de sus ojos, que parecen no pertenecer al presente, sino a un tiempo lejano, de batallas y victorias. Los niños lo reconocen al instante y corren hacia él.

—¡Bolivita, Bolivita, enséñanos tu espadita! —cantan, rodeándolo con entusiasmo.

Él se detiene, erguido como un general en la cúspide de su gloria. Lleva una mano al cinto vacío, donde en su mente reposa su espada libertadora. Su mirada se ilumina al «desenvainarla», y con un gesto teatral, la alza hacia el cielo.

—¡Por la libertad de los pueblos de América! —declama con una voz firme, como si sus palabras pudieran resonar en los campos de batalla de antaño.

Los niños lo miran con los ojos muy abiertos, intentando no reír. Ya conocen este ritual, pero su solemnidad contagia. Incluso los adultos, que observan desde lejos con los brazos cruzados, esconden las sonrisas detrás de un gesto de respeto.

Para Bolivita, el descampado es su campo de batalla. Se gira bruscamente, como si estuviera montado en su majestuoso corcel moro. Su rostro se endurece, susurrando órdenes a soldados imaginarios que solo él puede ver. Con movimientos fluidos, simula desmontar, aterrizando con un toque casi ceremonial en el suelo. Una nube de polvo se levanta a su alrededor, envolviéndolo en un aura que parece sagrada.

—¡No pido recompensa más que el reposo y la conservación de mi honor!1 —proclama, mientras se inclina hacia los niños que lo rodean, como si fueran ciudadanos de una república recién liberada.

Los más pequeños apenas contienen las carcajadas, pero un niño mayor, sintiendo el peso de las palabras, le pregunta con seriedad: —Bolivita, ¿qué es la libertad?

El loco, todavía de pie, fija su mirada en el niño con una intensidad que lo desarma. En su mente, no está frente a un niño de La Pastora, sino ante un joven cadete que busca la sabiduría de un prócer. —La libertad, muchacho, es el derecho más sagrado que puede tener un hombre. No se hereda ni se mendiga. Se lucha. Se conquista.2

Un silencio reverente se extiende entre el grupo. Incluso los vecinos que han salido de sus casas para observar, sin pretenderlo, se sienten conmovidos. Uno de ellos, un hombre mayor que ha vivido suficientes épocas oscuras, murmura para sí mismo: —Ese loco... habla como si lo supiera de verdad.

Finalmente, Bolivita se deja caer sobre un cajón que alguien le ha acercado. Los niños se acomodan a su alrededor, mirándolo con fascinación. Aunque saben que está loco, su presencia ejerce un magnetismo que no pueden resistir.

Desde la distancia, las madres los observan, algunas con una mezcla de curiosidad y aprensión. —Por lo menos no hace daño —dice una señora, mientras cruza los brazos sobre su pecho.

Bolivita, ajeno a todo, mira al horizonte con la misma expresión que tendría un guerrero que ha cumplido su misión por el día. A veces, solo a veces, uno de los niños se atreve a preguntar:

—Bolivita, ¿dónde está tu caballo?

Él sonríe, cerrando los ojos por un momento como si viera algo que los demás no pueden. —Está ahí —dice en un susurro solemne, señalando un punto vacío. Su tono es tan convincente que, por un instante, los niños miran hacia donde apunta, esperando ver al corcel. Algunos de ellos, incluso, lo ven.

Y así, bajo la luz menguante de la tarde, Bolivita se convierte, por un instante, en un prócer en pleno esplendor, montado en un corcel imaginario, mientras el Ávila lo observa en silencio.


EL MISTERIO DEL LOCO

Nadie sabe de dónde vino. Un día, sin aviso ni presentación, apareció en las calles de La Pastora lanzando proclamas que parecían extraídas directamente de los discursos del Libertador. Su voz rasposa, cargada de una autoridad que parecía imposible para su aspecto, resonaba entre las casitas de techos rojos y rejas de hierro. Fue entonces cuando los niños, fascinados por su teatralidad, lo bautizaron como Bolivita. Él, en su delirio, tradujo ese apodo como «Excelencia».

Para Bolivita, lo que veía ante él nunca eran solo niños o adultos comunes. En su mente, quienes lo rodeaban se transformaban en soldados, oficiales, ciudadanos ilustres o amigos entrañables… 



1 comentario:

  1. Muy interesante y descriptivo sobre la realidad y el sentir de la mayoría de los Venezolanos. El 28 de julio 2024 así lo manifestamos con nuestra épica elección. El objetivo fue pedir cambio de sistema, volver a la democracia, y con el gran deseo de participar en la re construcción de la patria 🙏

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