Este relato fue seleccionado para ser publicado en la segunda edición de la revista "Nefelismos" con lo siguiente mención:
—Para
servirle —respondí con recelo.
—¡Necesito
hablar con usted! —me urgió.
Intenté
improvisar una excusa para evadir el inesperado encuentro cuando su contundente
afirmación me sacudió.
—Le
traigo un misterio sin resolver, hoy se cumplen cincuenta años —me dijo,
enfatizando las últimas palabras y mirándome fijamente a los ojos.
Sin
disimular mi súbito interés lo conduje al Salón de Interrogatorios, como solía
llamar a la pequeña salita, austera, adornada apenas por un espejo.
—¿Gusta
un café? —le ofrecí.
—No,
gracias —respondió, haciendo un gesto de rechazo con su mano.
—En
unos minutos regreso —me excusé y abandoné la sala.
Camino
al cafetín, mis compañeros me felicitaron efusivamente y lanzaron al aire los
tradicionales globos de diversos colores, que en esta oportunidad lucían un
flamante «50» escrito con marcador negro, mientras entonaban alegremente el
«cumpleaños feliz…». Intenté ser amable con ellos, pero mis pensamientos
estaban enfocados en la historia que me esperaba.
De
vuelta en la salita, el extraño, un sexagenario muy amable cuyo rostro me
parecía familiar, relató minuciosamente el asesinato de sus padres, perpetrado
exactamente cincuenta años atrás, en la Clínica del Oeste, justo el día que
nació su hermanita.
—Nunca
más supe de ella —suspiró.
Con
contenido entusiasmo anotaba cada detalle del macabro suceso en mi inseparable
libreta. Ya finalizando el relato irrumpió Castrico, cámara en mano, urgiéndome
a acompañarlo para cubrir un suceso. Me despedí apresuradamente del extraño
después de citarnos para el día siguiente, mismo sitio, misma hora. Llamé a
Archivo para solicitar los ejemplares de la semana de hace exactamente
cincuenta años atrás y abordé el vehículo.
Durante
el trayecto me absorbieron las cavilaciones.
—¿Qué
te pasa, Sherlock? —preguntó Castrico.
No
contesté. Desde el reciente fallecimiento de mis padres adoptivos, él de
cáncer, ella
de
tristeza, había evadido la depresión refugiándome frenéticamente en mis dos
pasiones: el trabajo como cronista de sucesos en el periódico y mi popular blog
titulado Sherlock: misterios sin resolver. Desde la salida del blog, Sherlock
se convirtió en mi popular apodo. Ya nadie me llamaba por mi nombre. También se
había reavivado mi secreta obsesión por conocer mi verdadero pasado.
Volví
a la realidad cuando llegamos a nuestro destino. Mi piel se erizó al constatar
que era la vieja Clínica del Oeste, rodeada de policías y curiosos. En ese
momento, el comisario emitía una declaración: «…minutos después del nacimiento
de su hija, la pareja fue brutalmente asesinada en su habitación, en presencia
de su hijo de 11 años…». Al reconocer los detalles mi corazón se desbocó y
busqué afanosamente las notas recientes. ¡Se habían esfumado! Mientras, un
sudor gélido recorría mi espalda, observé que trasladaban a la recién nacida
envuelta en unas frazadas y al niño, su rostro me pareció familiar, caminando,
ausente. Nuestras miradas se cruzaron brevemente y podría jurar que me dedicó
un guiño de complicidad.
De
regreso al periódico intentaba comprender los acontecimientos.
—Castrico
—pregunté—, ¿tú detallaste al señor que estaba esta mañana conmigo en la
salita?
—Perfectamente,
Sherlock, era el hombre invisible. Allí solo estaban tú y tu libreta.
Decidí
disimular mi desconcierto.
De
vuelta en mi cubículo quise concentrarme pero mi mente era un torbellino.
Redacté atropellada pero concienzudamente la crónica, consumí mi almuerzo en el
cafetín, ensayé una sonrisa al apagar las cincuenta velas, rechacé amablemente
las invitaciones para celebrar y me marché temprano. En la perfecta soledad de
mi apartamento, al ritmo de 100 boleros inolvidables y una botella de vino
blanco, intenté desconectarme hasta que el sueño me venció.
Apenas
desperté, accedí al portal web del periódico. Al no encontrar mi crónica, llamé
al periódico.
—Ibáñez
—reclamé sin ocultar mi molestia—, ¿por qué no publicaron la crónica del
asesinato que cubrí ayer con Castrico?
—¿Qué
te pasa, Sherlock?, Castrico está de vacaciones, y creo que a ti también te
hace falta tomarlas. No sé de qué me hablas.
Sin
emitir palabra solté el teléfono, me vestí apresuradamente y me dirigí al
periódico. Al llegar a mi cubículo encontré los ejemplares viejos que había
solicitado y, de inmediato, encontré lo que buscaba en primera página:
«Monstruoso asesinato en la Clínica del Oeste». Era exactamente la crónica que
había redactado el día anterior en un ejemplar de hace medio siglo,
refiriéndose a un suceso acaecido el día de mi nacimiento.
Instintivamente
salí corriendo rumbo a la salita en búsqueda de respuestas. No me sorprendí al
encontrarme allí con el extraño quien, al verme, sonrió; me dedicó un familiar
guiño de complicidad y pronunció, al tiempo que me abrazaba tiernamente, mi
verdadero nombre:
—¡Shirley!
Realmente un relato Genial!!!!. Enhorabuena, realmente engancha y la intriga es total!!
ResponderEliminarHola Gustavo, en realidad no entendí muy bien el cuento, y lo del nombre al final tampoco. Tendré que repasarlo.
ResponderEliminarY ya que estamos en esto de la blogósfera, estoy a tus órdenes en el blog tigrero