viernes, 1 de noviembre de 2019

Un guiño de complicidad

Este relato fue seleccionado para ser publicado en la segunda edición de la revista "Nefelismos" con lo siguiente mención:
"---habida cuenta la excelencia de sus obras, queremos otorgar una especial mención a los siguientes artistas..."

—¿Sherlock? —me abordó el extraño a las puertas del periódico.

—Para servirle —respondí con recelo.

—¡Necesito hablar con usted! —me urgió.

Intenté improvisar una excusa para evadir el inesperado encuentro cuando su contundente afirmación me sacudió.

—Le traigo un misterio sin resolver, hoy se cumplen cincuenta años —me dijo, enfatizando las últimas palabras y mirándome fijamente a los ojos.

Sin disimular mi súbito interés lo conduje al Salón de Interrogatorios, como solía llamar a la pequeña salita, austera, adornada apenas por un espejo.

—¿Gusta un café? —le ofrecí.

—No, gracias —respondió, haciendo un gesto de rechazo con su mano.

—En unos minutos regreso —me excusé y abandoné la sala.

Camino al cafetín, mis compañeros me felicitaron efusivamente y lanzaron al aire los tradicionales globos de diversos colores, que en esta oportunidad lucían un flamante «50» escrito con marcador negro, mientras entonaban alegremente el «cumpleaños feliz…». Intenté ser amable con ellos, pero mis pensamientos estaban enfocados en la historia que me esperaba.

De vuelta en la salita, el extraño, un sexagenario muy amable cuyo rostro me parecía familiar, relató minuciosamente el asesinato de sus padres, perpetrado exactamente cincuenta años atrás, en la Clínica del Oeste, justo el día que nació su hermanita.

—Nunca más supe de ella —suspiró.

Con contenido entusiasmo anotaba cada detalle del macabro suceso en mi inseparable libreta. Ya finalizando el relato irrumpió Castrico, cámara en mano, urgiéndome a acompañarlo para cubrir un suceso. Me despedí apresuradamente del extraño después de citarnos para el día siguiente, mismo sitio, misma hora. Llamé a Archivo para solicitar los ejemplares de la semana de hace exactamente cincuenta años atrás y abordé el vehículo.

Durante el trayecto me absorbieron las cavilaciones.

—¿Qué te pasa, Sherlock? —preguntó Castrico.

No contesté. Desde el reciente fallecimiento de mis padres adoptivos, él de cáncer, ella

de tristeza, había evadido la depresión refugiándome frenéticamente en mis dos pasiones: el trabajo como cronista de sucesos en el periódico y mi popular blog titulado Sherlock: misterios sin resolver. Desde la salida del blog, Sherlock se convirtió en mi popular apodo. Ya nadie me llamaba por mi nombre. También se había reavivado mi secreta obsesión por conocer mi verdadero pasado.

Volví a la realidad cuando llegamos a nuestro destino. Mi piel se erizó al constatar que era la vieja Clínica del Oeste, rodeada de policías y curiosos. En ese momento, el comisario emitía una declaración: «…minutos después del nacimiento de su hija, la pareja fue brutalmente asesinada en su habitación, en presencia de su hijo de 11 años…». Al reconocer los detalles mi corazón se desbocó y busqué afanosamente las notas recientes. ¡Se habían esfumado! Mientras, un sudor gélido recorría mi espalda, observé que trasladaban a la recién nacida envuelta en unas frazadas y al niño, su rostro me pareció familiar, caminando, ausente. Nuestras miradas se cruzaron brevemente y podría jurar que me dedicó un guiño de complicidad.

De regreso al periódico intentaba comprender los acontecimientos.

—Castrico —pregunté—, ¿tú detallaste al señor que estaba esta mañana conmigo en la salita?

—Perfectamente, Sherlock, era el hombre invisible. Allí solo estaban tú y tu libreta.

Decidí disimular mi desconcierto.

De vuelta en mi cubículo quise concentrarme pero mi mente era un torbellino. Redacté atropellada pero concienzudamente la crónica, consumí mi almuerzo en el cafetín, ensayé una sonrisa al apagar las cincuenta velas, rechacé amablemente las invitaciones para celebrar y me marché temprano. En la perfecta soledad de mi apartamento, al ritmo de 100 boleros inolvidables y una botella de vino blanco, intenté desconectarme hasta que el sueño me venció.

Apenas desperté, accedí al portal web del periódico. Al no encontrar mi crónica, llamé al periódico.

—Ibáñez —reclamé sin ocultar mi molestia—, ¿por qué no publicaron la crónica del asesinato que cubrí ayer con Castrico?

—¿Qué te pasa, Sherlock?, Castrico está de vacaciones, y creo que a ti también te hace falta tomarlas. No sé de qué me hablas.

Sin emitir palabra solté el teléfono, me vestí apresuradamente y me dirigí al periódico. Al llegar a mi cubículo encontré los ejemplares viejos que había solicitado y, de inmediato, encontré lo que buscaba en primera página: «Monstruoso asesinato en la Clínica del Oeste». Era exactamente la crónica que había redactado el día anterior en un ejemplar de hace medio siglo, refiriéndose a un suceso acaecido el día de mi nacimiento.

Instintivamente salí corriendo rumbo a la salita en búsqueda de respuestas. No me sorprendí al encontrarme allí con el extraño quien, al verme, sonrió; me dedicó un familiar guiño de complicidad y pronunció, al tiempo que me abrazaba tiernamente, mi verdadero nombre:

—¡Shirley!






2 comentarios:

  1. Realmente un relato Genial!!!!. Enhorabuena, realmente engancha y la intriga es total!!

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  2. Hola Gustavo, en realidad no entendí muy bien el cuento, y lo del nombre al final tampoco. Tendré que repasarlo.
    Y ya que estamos en esto de la blogósfera, estoy a tus órdenes en el blog tigrero

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