La primera versión de Bolivita la comencé a escribir en Caracas, una noche en que se fue la luz. La batería de la laptop estaba intacta, recién cargada, y sabía que tenía poco más de una hora por delante. En ese silencio forzado, donde cada sombra parecía una advertencia, abrí el archivo y empecé a escribir sin calcular nada. No era inspiración, era urgencia. Como si me estuvieran apagando todo, menos la voluntad. Sentí rabia, claro. Pero también una lucidez rara, de esas que llegan cuando te das cuenta de que escribir no es una opción: es una forma de resistir. Esa noche avancé más que en muchas otras, como si el apagón, en lugar de oscurecerlo todo, hubiese dejado al descubierto lo que no podía callarme más.
Desde
entonces he seguido escribiendo. A veces con más calma, otras con ese impulso
que uno no elige, pero que tampoco puede detener. Escribir se ha vuelto mi
forma de resistir. No como bandera, ni como refugio. Como quien respira porque
aún está vivo.
Cada
quien enfrenta los tiempos oscuros a su modo. Algunos lo hacen de cara al
poder, arriesgando su vida por una causa. Otros apenas logran mantener su
casa en pie, su ánimo a flote, sus palabras limpias. Todo eso importa. Cada
gesto cuenta. Porque resistir no siempre es confrontar: a veces es sostener lo
que aún vale la pena. Y en ese gesto pequeño, cotidiano, también hay coraje.
Yo
he elegido escribir. No porque crea que eso lo resuelve todo, sino porque me ha
permitido no resignarme. Porque en las palabras he encontrado una forma de
ordenar lo vivido y, a veces, de transformarlo. Bolivita nació así: no
como un personaje, sino como una necesidad. Decía lo que otros pensaban, pero
no sabían cómo decir. O no se atrevían. Y lo decía con una voz extraña: parecía
liviana, pero dolía con precisión.
Escribir
me permite seguir preguntando, incluso cuando no hay respuestas. Me obliga a
mirar, a no pasar por alto lo que otros prefieren ignorar. No escribo desde la
nostalgia ni desde la queja. Escribo desde el presente, con las lecciones del
pasado y la mirada en el futuro. Con proyectos en marcha, con ideas que no me
sueltan, con una lucidez que no ha pedido permiso para quedarse.
No
pretendo decirle a nadie qué debe hacer. Pero creo que, si algo nos queda, es
la posibilidad de encontrar nuestra forma de resistencia. La que se ajusta a
nuestra vida, a nuestras manos, a lo que aún somos capaces de sostener. Si
escribir es la mía, que así sea.
Y si quieres leer el primer capítulo de Bolivita, pulsa AQUÍ. Tal vez en sus páginas encuentres una pregunta parecida a la tuya. O una respuesta inesperada.
Que excelente ocasión ha significado ese apagón y que contemos con tu genialidad para documentar un momento así. Aprecio y me ha encantado este preámbulo al primer capítulo de Bolivita.
ResponderEliminarExcelente relato, mientras lo leía logré imaginarlo escribiendo en medio de esas condiciones, que en esta ocasión, fueron las ideales para encontrar ese primer impulso.
ResponderEliminarMe gusta ver que con cada palabra escrita inmortaliza, no solo su existencia, sino también el espíritu de resistencia y lucha de todo un gran y noble pueblo, que encuentra o más bien, fábrica oportunidades en medio de las adversidades.
¡Que continúen los éxitos! Un fuerte abrazo.
Comentario de Diana Arboleda:
ResponderEliminarGustavo buenos días. Gracias por llevarnos de la mano con esta historia tan dura pero tan bonita. Es lo que hoy estamos viviendo en nuestros países a una menor dificultad.
Todos deberíamos leerla. Valió la pena leer Bolivita, entrar en el mundo de Diógenes y Luisiana.
Definitivamente todo lo que hagamos para ayudar a otros y luchar por nuestros sueños , valdrá la pena.
Que nuestra esperanza siga a flor de piel para que nada nos detenga.
Siempre estuve inquieta y siempre que leí imaginé a Gustavo como protagonista.
Gracias, gracias, gracias.