Tuve la certeza de que iba a morir cuando el
asaltante me sorprendió en el aparcadero y advertí que comenzaba a desenfundar
un arma. De inmediato percibí la intención de disparar reflejada en su actitud
decidida. En ese momento sentí que era parte de una novela y yo era la víctima
necesaria. Es sabido que, instantes antes de morir, hacemos un recuento
de nuestra existencia en fracciones de segundo. El tiempo no cuenta en estos
contextos y en 3, 2, 1, 0, se nos va la vida.
3
Mi cuerpo deja de pertenecerme y algo indefinible toma
el control. Ya lo había estudiado al ayudar a mi hijo en su ponencia para la
feria de ciencias, titulada: «Qué pasa en mi cuerpo cuando siento miedo»
Mis ojos envían un mensaje al cerebro, quien toma el
control desplegando una frenética actividad para sacarme de apuros. Debe
ayudarme a decidir entre quedarme paralizado, huir o defenderme. Creo que se
decidió por la última porque mis manos, las palmas en dirección al agresor,
protegen mi rostro como si un resorte las hubiera impulsado. Algunas de mis
funciones corporales se detienen para darle prioridad a las esenciales en este
dramático instante. La mezcla de adrenalina y otras sustancias, sumada a los impulsos
eléctricos que se desatan en mi ajetreado cerebro, dilatan mis pupilas, mi piel
se eriza y comienzo a sudar. Mi corazón emprende un trepidante galope, mis
intestinos se distienden, prestos a evacuar su contenido, mis músculos se
tensan dispuestos a la defensa y mi mente se nubla, rendida al instinto
primitivo. Me maravillo de la perfección del cuerpo humano y lamento la
futilidad de esa perfección ante la situación que enfrento.
En fin, mi cuerpo se apresta a la defensa, consciente
de que el asaltante me lleva una ventaja enorme, producto de la sorpresa y de
su experiencia en estas lides, desconocidas para mí. Parece obvio que no tengo
escapatoria.
2
Reconozco de inmediato el revólver calibre 22, el
instrumento más usado por los delincuentes. Mientras mi cuerpo sigue
subordinado al instinto, un torbellino de pensamientos desalentadores acude a
mi mente. ¿Por qué yo? ¿Por qué hoy, justo hoy, decidí salir más temprano? ¡Si
hubiera seguido mi rutina estaría a salvo! ¡Si no hubiesen cambiado la fecha
del Encuentro de Emprendedores, estaría lejos de casa! ¡Si fuese fin de semana
estaría desperezándome!
Los días de semana me despierto con los acordes de
«Für Elise», voy al baño, me cepillo los dientes, preparo café y tostadas para
dos, converso con mi mujer mientras desayunamos, escucho las noticias en la
tele y generalmente saludo a mi hijo que se levanta poco antes de irme a la
oficina. Hoy no esperé por él y perdí la oportunidad de verlo por última vez.
Tomo las llaves del coche y me despido con el tradicional beso de despedida. Lo
confieso, no presentí nada. No pasó por mi mente que ese iba a ser el último
beso.
El hecho, incontrovertible, es que salgo del
apartamento alrededor de quince minutos antes de lo acostumbrado. Me arrepiento
de haberlo hecho. Seguramente el asaltante se hubiera topado con otro vecino y
yo me hubiera encontrado con un cadáver en el piso en lugar de ser el
protagonista de esa novela. Me hago la promesa inútil de que más nunca romperé
mi rutina, aunque, razono, he oído decir que es precisamente la rutina de las
posibles víctimas el mejor aliado de los malhechores. En todo caso, ya no tiene
sentido esta digresión, y vuelvo a mis pensamientos, que ahora se dirigen al
asaltante.
Es un hombre joven, delgado al extremo, muy golpeado
por la vida como se nota con claridad en las cicatrices corporales y en su
mirada lejana, triste, aunque decidida. Intuyo que él es también una víctima,
en cuyo caso esto no sería un asesinato sino un duelo, con alevosa ventaja,
pero duelo al fin. Dos víctimas frente a frente, dispuestas una a presionar el
gatillo y la otra a defenderse. Ambos, con diferentes motivaciones, luchamos
por sobrevivir. Seguramente él tiene una familia. Quizás sus padres lo abandonaron
y fue criado por sus abuelos. Me imagino que fue fácil presa de quienes tienen
como negocio la siembra del odio en las mentes frágiles. Esta posibilidad me
sobrecoge y mi corazón, que en este momento rompe todas las marcas de latidos
por minuto, toma la decisión de perdonarlo. Al hacerlo, me siento mucho más
calmado. Creo que mi cerebro comprendió lo inevitable, evaluó los sentimientos
que acaban de aflorar de mi corazón, y ordenó una tregua.
1
El arma está a la altura de mis ojos a un palmo de distancia, los dedos del
atacante en el gatillo y mis manos ya protegen completamente mi rostro.
Es verdad. Todo mi pasado, cual película muda, pasa
por mi mente. A pesar de la velocidad, tengo tiempo para recrear cada instante
y revivir los sentimientos asociados. Me tomo incluso el tiempo para
reflexionar que la vida no debería medirse en los términos que marcan los
calendarios sino en la duración de los acontecimientos resaltantes. Los buenos
y los malos. Los que tienen la importancia debida como para ser recreados
instantes antes de pasar a otro plano. En este caso, ¿cuánto duró mi vida?,
¿diez años?, ¿más?, ¿menos? El resto del tiempo simplemente no dejó huella. Fue
tiempo perdido. Tomo nota mental de esto para el caso de que en el futuro se me
ocurra reencarnar en otro cuerpo. Uno nunca sabe.
Recreo, en una paradójica mezcla de alta velocidad y
cámara lenta, el momento de mi nacimiento— el joven rostro de mi madre,
¡qué hermosa era!— la imagen de mi padre— de mis abuelos— mis primeros años— el
jardín de infancia— los momentos gratos e ingratos de mi niñez— el primer día
en la escuela— el día que todos aceptamos que era zurdo— las misas de los
domingos— los amigos— las fiestas— las excursiones— las escapadas— los
cumpleaños— las navidades— las salidas a comer— las vacaciones en la
playa o en la montaña— las veces que me monté en avión— el primer vello en el
pubis— las heridas— el primer enamoramiento—los que siguieron— el primer amor—
el primer beso— las primeras caricias— las visitas a los abuelos— sus
funerales— la universidad— los nuevos amigos— los nuevos amores— los éxitos—
los fracasos— el primer cigarrillo— el último— el primer sorbo de licor— las
veces que me pasé de copas— la graduación— el primer trabajo— el primer
carro— el día que la conocí— todos los días con ella— el día de nuestra
boda— la luna de miel— nuestro apartamentico alquilado— los muebles— los
adornos— los perros, siempre pastores alemanes— sus llegadas— sus despedidas—
nuestro embarazo— la partida de mamá sin conocer a su nieto— la tristeza
infinita de papá— el nacimiento de nuestro hijo— su infancia— su adolescencia—
su vida— sus éxitos— sus fracasos— sus sueños— sus frustraciones— los amigos
nuevos y todavía los viejos— mi emprendimiento— mis socios— los trámites— los
impuestos— las primeras canas— los empleados— nuestra vivienda propia— mis
proyectos— mis ilusiones—mis asuntos pendientes.
0
Suena el disparo. Escucho la detonación como si hubiera salido de un lugar
distante y mis manos se cubren de una sustancia tibia. Comienzo a derrumbarme y
percibo que todas mis funciones corporales cesan. No siento dolor físico sino
una profunda paz interior. Mi mente parece seguir funcionando y se concentra en
divisar el tan mencionado túnel por donde voy a pasar a un plano luminoso.
Tengo la certeza de que el juicio que estoy a punto de enfrentar será
favorable.
Escucho voces, gritos, y siento unos brazos que
intentan levantar mi cuerpo flácido. Abro los ojos y veo al guardia de
seguridad intentando animarme. Al incorporarme, mi cerebro vuelve a tomar el
control de la situación, miro alrededor y diviso al atacante tendido en el
suelo, inmóvil, su cara ensangrentada. El guardia, el arma humeante en su mano
derecha, me comenta algo acerca de la suerte que he tenido de que él estuviese
haciendo la ronda en ese preciso momento y vio lo que estaba a punto de suceder.
El tiempo se detiene de nuevo y pierde todo su
sentido. Cierro los ojos y no escucho ni siento nada. Tambaleante, me recuesto
de espaldas a una columna y mi cuerpo se desliza lentamente. Me invade una
maravillosa sensación de paz y vuelvo a recrear el joven rostro de mi madre,
¡qué hermosa era!, esperándome al otro lado del túnel.
Un relato intenso de un instante en el que todos hemos pensado pero pocos han escrito: Felicitaciones Gustavo
ResponderEliminarQue bueno Gustavo. Cada vez son mejores tus relatos. Te felicito. Me encanta como escribes.
ResponderEliminarGladys de Jaimes comentó:
ResponderEliminarConmovedor relato. Definitivamente así es la vida... y supongo que cuando uno corre peligro por su mente pasan tantas cosas o tantos recuerdos buenos y malos...
Gracias por compartirlo Gustavo 👍🏼👏🏼
Ana Elena Rodríguez comentó:
ResponderEliminarApenas me di el tiempo para leerlo, este tipo de cosas no vale la pena leerlos en medio del caos, llamadas, prisas... Sólo he podido leer el de Tres segundos para morir y quedé enganchada a leer los demás. Qué deleite es encontrar algo que regularmente es violento descrito tan humano, hasta dulce. Bien merecido el reconocimiento.
Alejandro Estrada comentó:
ResponderEliminarEnhorabuena Gustavo, tu narrativa es impecable, espero y deseo que llegues mas lejos , al haber sido seleccionado. Mucha suerte👏👏👏
Rafael Lisada comentó:
ResponderEliminarMe encantó el cuento (realidad diaria), una clase de sociología, de neurociencia y espiritualidad.
Jorge Bermúdez comentó:
ResponderEliminarExtraordinario Gustavo, lo saboree cual dulce postre luego de mucho tiempo sin probar golosinas. Eres una extraordinaria pluma y digo eres porque todo tú lo pones en esa pluma privilegiada cuando tu musa te Inspira.
Henry Hopkins comentó:
ResponderEliminarEnhorabuena y te hago saber que me gusta mucho tu estilo narrativo, siempre he sido un admirador de las historias cortas porque creo que lograr escribir en ese estilo demuestra una gran capacidad de síntesis propia de las inteligencias superiores.
Carlos Camacho comentó:
ResponderEliminarExcelente Gustavo…me mantuvo atrapado en la trama desde el comienzo, lo importante de cada momento, no sabemos si habrá un mañana. ¡Gracias por compartirlo!
Felipe Hurtado comentó:
ResponderEliminarMe sorprende la narración de un instante de absoluto terror. Pareciera que hubieses pasado realmente por él.
Marelbis Pimentel comentó:
ResponderEliminar¡¡¡¡Gustavo felicidades!!!! ¡Cada palabra está en donde debe estar para capturar la atención! Fue como ver una película, confieso que me estrese un poco y con el final no se si aliviarme o no 😳😱🤔🫣 excelente.
Juan Diego Suárez comentó:
ResponderEliminarImpresionante Gustavo. Mis felicitaciones y gran admiración.
José Da Costa comentó:
ResponderEliminarGustavo, sabia de tu habilidad para escribir, pero esto no es solo habilidad. Es arte, es emoción en palabras. Gracias por compartir esta obra.
Arnaldo González comentó:
ResponderEliminarEstimado Gustavo. Te recomiendo empezar a hacer guiones de películas. ¡¡Qué buen relato!! Te felicito y, que conste, no es la primera vez que lo hago. Saludos.
Julio Gutiérrez comentó:
ResponderEliminarGustavo me encantó ese relato, felicidades tienes un gran talento, los otros los leeré también.
Alfredo Carneiro comentó:
ResponderEliminarSaludos Gustavo. Espero que no sea una experiencia personal, me pareció sobrecogedor. Me gustó el estilo narrativo y el ritmo del relato. Gracias por compartirlo y un cordial abrazo.
Juan Pedro V. S. comentó:
ResponderEliminarEres un maestro de la descriptiva, mago de la palabra. Con el primer relato pude sentir cada instante como si fuera testigo presencial, lograste mantener mi total atención y mi motivación para llegar hasta el final. Leí también otros relatos que tienes en tu blog y son realmente buenos. Gracias por compartirlos Gustavo.
Yelitza González comentó:
ResponderEliminar¡Wow! te felicito Gustavo 🤗🇻🇪💋
Sebastián Villafuerte comentó:
ResponderEliminarFelicidades Gustavo! ¡Tremendo relato!
Iliana Rodríguez comentó:
ResponderEliminarBuenos días Sr Gustavo,
Muchísimas gracias por compartir su artículo. Es fascinante. ¡Felicidades por la selección!
Al empezar a leer, uno quiere saber más y seguir leyendo hasta el final. Es interesante y cautivadora la manera que narra sus historias. me encantó, aunque su final es triste pero hermoso por el hecho de volver a encontrarse con su mamá y saber que estaba al otro lado esperando por su hijo 🙏🏻😍
Una vez más, lo felicito… 😁👏🏻👏🏻👏🏻
Amalia Franco comentó:
ResponderEliminarExcelente relato Gustavo, cuan cierto eso que dices de que el tiempo valioso de nuestra vida es tan poco, y a la vez lo es todo... Porque es lo que le da sentido a la vida claramente. Me lo disfruté un montón. Además de reconocerme en todas esas sensaciones. Fue impresionante.
Ivette Bracho comentó:
ResponderEliminarQue buenoooooo mi Gus, felicidades. Me gustó y mantuvo en suspenso.