—«La libertad, muchacho, es el derecho más sagrado que puede tener un hombre. No se hereda ni se mendiga. Se lucha. Se conquista.»—
Así hablaba Bolivita, con una solemnidad que descolocaba
hasta al más cínico. Los niños lo seguían como a un héroe de fábula; los
adultos lo miraban con un respeto incómodo, como si temieran que su locura
fuera, en realidad, una lucidez que ellos ya habían perdido.
Él confundía, sí. Pero también iluminaba. Bolivita es ese
personaje que uno no sabe si admirar o temer, porque tiene el descaro de decir
en voz alta lo que muchos apenas se atreven a pensar. Su retórica está llena de
frases robadas al Libertador, pero resignificadas en el presente de una
Venezuela en ruinas.
En sus gestos hay algo de todos nosotros. Él representa esa
Venezuela que, a pesar del hambre y el exilio, sigue creyendo en los ideales.
Una Venezuela ingenua, pero no tonta. Cansada, pero no rendida. Su figura
encarna el eco de quienes, en medio del delirio colectivo, aún susurran
palabras como justicia, dignidad y libertad.
¿Y tú? ¿En qué momento dejaste de ser Bolivita? ¿O acaso aún
lo llevas por dentro?
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