Este relato fue reconocido con el Accesit en el «Tercer certamen de microrrelatos AMEIB Pachamama», Madrid, 2022.
EN EL OCASO DE MI EXISTENCIA decido emprender mi último ascenso a la colina de los vientos, esta vez acompañado de tu ausencia.
Nuestro amor, nuestro proyecto nació,
recordarás, como comienzan los amores de niños: Manso como la mansa brisa que
acaricia mi rostro al comenzar el ascenso.
La brisa juguetea con mi cabello al aumentar su ímpetu con cada
paso, tal y como comenzó a crecer la intensidad del sentimiento que nos atrapó,
todavía puro, pero aderezado con malicias infantiles, imitaciones aprendidas en
la escuela de la vida.
Con los años aparecieron, tímidas, las primeras palabras de amor,
las promesas, las caricias que provocaban a nuestros cuerpos como ahora lo hace
la brisa, convertida en viento que de a poco me estremece, igual que la
naciente pasión que comenzó a copar los sentidos de nuestros cuerpos púberes.
A medida que asciendo, el viento silbante me sacude, del mismo
modo que la timidez se tornó en pasión vibrante que inquietaba nuestros cuerpos
adolescentes.
Ya falta poco para llegar a la cima y me asaltan los recuerdos de aquella
hoguera que se extendía sin control, mientras el viento indomable azota con
fuerza mi frágil armadura. No pudimos contenerla y se desbordó, inmune a
cualquier intento de nuestra razón, por el ímpetu de nuestros cuerpos jóvenes.
El amor sin pasión es incompleto y la pasión sin amor es efímera.
Cuando se fusionan, producen tempestades como la que me sacude ya en el tope de
la colina, y me aferro a cualquier objeto firme, recreando la intensidad con la
que nuestros cuerpos adultos se entrelazaban como si en ello se nos fuera la
vida.
Las tempestades suelen ir acompañadas de momentos de calma, semejantes
a aquellos en que nuestro amor apasionado dio sus frutos, para luego volver a
desbordarse. En uno de esos momentos de calma siento que puedo dejar de
sujetarme y mantenerme en pie y comienzo el descenso, el viento reduciendo su furia
en cada paso. La pasión que sentíamos también comenzaba a amainar y cada fragmento
que se desprendía de ella se unía al amor, que crecía y se transformaba con el tiempo.
El viento ya es tolerable en el descenso. De esa misma forma, la
pasión se aplacó y nuestros cuerpos comenzaron a distanciarse el uno del otro, mientras
el amor se consolidaba y volvía a ser tímido como el viento, ya convertido en
brisa que hace ondear de nuevo mi blanca cabellera.
Llegando al pie de la colina la brisa se calma, igual que el amor
que nos siguió uniendo hasta el día que emprendiste un camino en solitario, con
la promesa de reencontrarnos al pie de una nueva colina, distinta, misteriosa, retadora.
Ha terminado el descenso y el cansancio me rinde. Tambaleante, comienzo
a caer en un remolino que me aturde y me llena de esperanzas. Antes de perder
la conciencia, levanto la vista y te diviso al límite del horizonte, convertida
en niña, invitándome a emprender, nuevamente, el maravilloso reto de trascender.